El que tu y yo seamos seres humanos hace que el interrogante que titula este ensayo sea tan válido para ti como lo es para mi. Esta equiparidad exige que el tema se desarrolle asumiendo desde un inicio que lo esencial en nosotros es la existencia que compartimos. Aunque parece obvio, esto no es nada fácil porque nuestro común fuero existencial no tiene mayor parte en el conocimiento que ambos tenemos sobre nosotros mismos. El contenido que tu memoria alberga y que se proyecta al futuro mediante el miedo y el deseo establece lo que sabes de ti mismo, y yo me conozco a mi mismo de la misma manera: por referencia a lo que llamo “mi” memoria y su probable extensión futura. El peculiar rastro conceptual e imaginario que deja la experiencia en la conciencia, establece quien es (o se cree ser) cada cada uno de nosotros. Pero, por ser lo que es, esta base común de identificación personal determina también la distancia mental y conductual que nos separa el uno del otro y que abstrae a la humanidad entera de la correntada impensable de la vida.
Dicho de otra forma: lo que nos hace sentirnos fundamentalmente diferentes es lo exclusivo de nuestra identidad cultural y sicológica, y eso que nos aparta mentalmente tiende a encubrir tambíen lo que nos es profunda e inalterablemente común. La medida siempre creciente de nuestra diferenciación tribal y personal es la medida de nuestra alienación de la existencia en su totalidad. Lo ya experimentado y lo conocido y por conocer crecen y se multiplican exponencialmente tomando posesión casi completa de la mente humana y de los fueros sociales creados por ella, y esa atomizada realidad psico-social es, en sí misma, la negación de la inmensidad que yace más allá del conocimiento. Nuestra identificación con la realidad interna y externa que genera el conocimiento es tan íntima y exclusiva que por lo general confundimos el mapa con el territorio; lo mental (lo simbólico y representativo) nos es más real que la realidad actual. El hecho y tremendas consecuencias de esta confusión encuentran poco lugar en nuestras conversaciones y en las deliberaciones de las instituciones locales, regionales e internacionales a los que cada persona se integra y que determinan gran parte de nuestra identidad, pensamiento y conducta. Estamos tan ocupados con nosotros mismos y nuestros asuntos particulares e institucionales que casi no le prestamos atención a la existencia que compartimos. Desde el pequeño reducto personal, la vida en su totalidad se ve como algo demasiado general, grande y amorfo y, sobre todo, como poco relacionado con la experiencia, los conocimientos y las proyecciones que hacen que tu y yo seamos quienes nos creemos ser, dos personas distintas, vinculadas o no de acuerdo a lo podamos tener en común, pero sólo en lo cultural, en lo social y lo sicológico. Es decir, la existencia cósmica actual del organismo sicosomático es desplazada por lo que cada cual sabe, piensa, posee, quiere y teme, y lo que nos aísla y distancia el uno del otro es esa misma idea que tenemos todos de lo que es “mi” vida. Encerrados en nuestros respectivos santuarios tribales, sectarios y personales vivimos sin tomar mayor conciencia que estos se dan en el contexto general de la existencia. Y, no despertamos a lo absurdo y tóxico que es el estado de alienación porque de ella depende la fantasía de la existencia privada que todos reclamamos.
Dicho sea de paso, este ensayo no tiene otra razón o tema que no sea el de sonar una alarma que facilite este despertar en al menos algunos de nosotros.
En el contexto general de la vida y la muerte todos somos fundamentalmente iguales y lo unico que nuestra presencia natural demanda es la aplicación de nuestra sensibilidad e inteligencia a la satisfacción de necesidades básicas y comunes. Pero en los ámbitos creados por la experiencia y el pensamiento grupal y personal todos nos sentimos distintos y separados. Por relativo que sea, toda instancia de aislamiento cultural y mental genera un nivel de inseguridad física y sicológica que, por no tomar conciencia plena de que es común a todos, intenta encontrar resolucion exclusiva. Cada individuo y cada grupo planea mejorar su propia condición social y mental a través de un empeño fuertemente competitivo y frecuentemente en conflicto con el mismo empeño desplegado por otros, lo cual no hace otra cosa que mantener el estado de incertidumbre, vulnerabilidad e inútil hiperactividad en el que vivimos todos.
La vida lo ha creado todo incluyendo, evidentemente, la mente humana, pero en su encapsulación por el residuo fisiológico y síquico de la experiencia (animal, tribal, transpersonal y personal), esta extraordinaria manifestación de la totalidad ha tomado un lugar y un rol que no le corresponde. La existencia se privatiza en cada instancia del pensamiento centrado en el “yo” y “la vida propia” se define y transcurre en contraste con la misma apropiación reclamada por ”otros”. Esta reducción de la existencia a la mentalidad particular de incontables entes culturales y personales ha fragmentado, insensibilizado, conflictuado y estupidizado a la humanidad con consecuencias que se hacen más terribles cada día. La peor de ellas es la creencia ciega y prácticamente universal de que “la naturaleza humana,” la más profunda e inalterable realidad de la especie, reside en esta limitación de la vida a lo que sabe, cree, piensa y codicia cada grupo y cada persona. Esta convicción es especialmente peligrosa porque imposibilita en innumerables formas diferentes la cada vez más necesaria integración de la especie. Llenos de confusión en nosotros mismos, separados mental y materialmente y conflictuados en nuestras relaciones, no atinamos a hacer otra cosa que seguir intentando mejorar o escapar de una situación cada vez más desordenada y peligrosa con los inútiles parches políticos, religiosos, militares y tecnológicos de siempre.
Es evidentemente cierto que la supervivencia y el desarrollo de la humanidad se deben a su capacidad cognitiva y a la diferenciación mental y especialización ocupacional que conlleva esa capacidad. La civilización en todos sus aspectos y sectores es el fruto de la constante acumulacion del conocimiento y de la aplicación de este conocimiento a través de un pensamiento creativo y crecientemente diversificado. Pero este mismo desarrollo es también responsable por el sectarismo, tribalismo y egoísmo que nos han traído a este punto histórico en el que la especie entera vive en un un estado de crisis permanente que amenaza cada vez más su misma supervivencia. Vale repetir esto para evitar confusiones posteriores. El pensamiento es, en términos generales, una herramienta mental que, sobre una base inicial de percepción sensorial, determina, divide, compara, codifica, y hace proyecciones imaginarias con el fin de resolver problemas prácticos --y grandes avances se deben a esta capacidad cognitiva. Sin embargo, al asumir gradualmente una falsa y conflictuada pluralidad existencial, esta misma capacidad cognitiva se ha puesto al servicio de la decepción, la injusticia y la violencia que ejercen sin mayor impunidad los entes culturales y personales trabajan sin para realizar objetivos exclusivos de auto-protección, expansión y desarrollo.
Sirve destacar también que es, en cierta medida, incorrecto referirse al pensamiento como una herramienta, porque esto presume que es algo externo al agente que lo utiliza para sus propios fines, lo cual es falso. La verdad es que el pensamiento ha asumido una multitud de identidades (culturales (grupales) y personales), todas igualmente suscritas a la fantasía de una existencia propia. Es el “yo” el que es una herramienta del pensamiento que ha personalizado la mente y atomizado la existencia entera. No hay ninguna entidad interna o externa que pueda resolver los problemas que el pensamiento centrado en el “yo” ha creado y no deja de empeorar. Que el pensador es diferente a “su” pensamiento y por ello en control de el, es una gran mentira a la que todos nos suscribimos por el simple hecho de nacer en cualquier recinto de la cultura humana y ser condicionado (educado)por ella. El “yo” y su falsa autonomía pensante son solo el medio a través del cual el fenómeno general de condicionamiento mental se mantiene a sí mismo.
Es así que la obtención y despliegue de mayores conocimiento y la proyección de “mejores formas de pensar” efectuadas por diferentes manifestaciones de una misma humanidad dividida y enemistada entre sí producen cambios sin parar, sin jamás alcanzar la inteligencia y la bondad necesaria para lograr la integración pacífica de la especie y, con ella, la solución de sus problemas fundamentales.
Tu y Yo
Enfrentemos pues el hecho de que tu y yo no somos más que pequeñísimas y efímeras manifestaciones de la realidad mental y sociocultural que la mentalidad tradicional y global de la humanidad crea a cada momento y proyecta al futuro con modificaciones menores. Somos lo que somos porque la humanidad y su realidad social es lo que es, y estas son lo que son porque tu y yo, y todos los demás, somos lo que somos y nos relacionamos en la forma que nos relacionamos. No creemos los geniales autores de nuestros pensamientos, pero en verdad es el pensamiento el que nos crea en base a sus propias limitaciones y propósitos. Nuestra absurda separación existencial y su insistente y laboriosa proyección al futuro ciertamente no le sirven bien a los organismos particulares que se integran en sectores y niveles culturales específicos que, a su vez, constituyen la humanidad. La enorme incidencia del conflicto, la ansiedad y la violencia que sufrimos es suficiente prueba.
Una de nuestras mayores fantasías es el progreso, la idea que los problemas centrales de la humanidad serán eventualmente resueltos por formas más avanzadas de organización social y mejores formas de saber y pensar. Como ya se ha indicado, no hay duda de los logros organizacionales, logisticos y tecnologicos realizados, pero los resultados de estos avances son siempre inciertos y ambiguos. En los mejores casos, sólo benefician a ciertos sectores de la población humana. La desigualdad y la forma en que nos seguimos explotando y destruyendo los unos a otros a todo nivel y en cada sector social es prueba fehaciente de que la mente humana, tan hábil, creativa y tierna en ámbitos exclusivos y en ciertos aspectos, sigue siendo tan primitiva, insensible, irracional y cruel como lo ha sido siempre. Porque la división de la especie y la pobreza afectiva del “yo” siguen siendo constantes, la corrupción, la injusticia, y formas cada vez más sutiles y abiertas de violencia siguen enquistadas en prácticamente todo espacio mental y todo sector social. La explosión demográfica de la humanidad con su consumismo y sus horroríficas armas convencionales y nucleares amenazan hoy en dia todas las formas de vida que habitan el planeta. Y en todo esto, tu y yo no somos meros espectadores y víctimas potenciales de esta gran ininterrumpida tragedia. Somos parte integral de ella, marionetas del pensamiento que la genera.
Es muy posible que consideres esta representación de la persona y de la situación actual de la humanidad desmedidamente exageradas o falsas y que, con ello, te apures a reafirmar tu inocencia haciendo referencia a tu identificación con ciertos grupos e ideologías seculares y/o religiosos de indudable respetabilidad y una conducta personal que solo puede ser vista como “normal” y, por ello, sin mayor tacha. Pero si tienes una noción medianamente correcta de lo peligroso de la situación actual a todo nivel, tal vez te sea tambien aparente el que cada persona, cada familia, grupo y nación sostienen una alegación de inocencia muy semejante a la tuya. Todos estamos igualmente programados para, de una forma u otra, escamotear la culpabilidad que nos toca transfiriendola convenientemente al pensamiento y la conducta de otros individuos y a las nocivas ideologías que guían sus respectivos grupos de referencia. Y esta hipocresía (duele, pero sirve llamar las cosas por su nombre propio) al servicio del provincialismo cultural y el egoísmo personal nos hace miopes y dificulta enormemente la buena relación, la exploración conjunta de la vida, y esto a su vez mantiene y empeora todas los otros problemas que atormentan a cada uno y a la humanidad en su totalidad. Pero si enfrentamos nuestra participación en esta hipocresía general, pronto se hace evidente que el problema central de la humanidad se deriva enteramente del falso aislamiento existencial del cual todos nos valemos para afirmar quienes nos creemos ser y para justificar todo lo que hacemos y omitimos con el fin de satisfacer nuestra codicia mundanal y nuestro hambre “espiritual” (que es solo una forma ligeramente más sutil de la codicia).
l corazón de este argumento es que no se puede asumir responsabilidad sin ver con claridad, y que no se puede arribar a la lucidez sin, de alguna forma, abandonar el condicionamiento mental --la forma de ver, pensar, amar, temer y desear-- que dicta el conocimiento experiencial que colecta en la mente personalizada y en las tradiciones e ideologías de los grupos con los que se identifica. Una percepción clara y completa primero de la realidad mental y social no se puede dar sin romper primero con las estructuras representativas de las que se vale el “yo” para aducir su separación existencial y justificar sus más absurdas y destructivas acciones. La oscuridad en la que vivimos no es otra que el conocimiento personal y tribal que se proyecta a traves del miedo y el deseo; por ello, la primera instancia de claridad irrumpe en la mente cuando esto se hace evidente. Si nuestro interés en la situación actual de la humanidad y su futuro es lo suficientemente intenso y sincero, el miedo y los falsos respetos del conformismo habitual no podrán bloquear el ímpetu de ver quienes somos en realidad.
La mente condicionada por la experiencia transpersonal y personal hace de su concepción del cuerpo buena parte de quienes nos creemos ser. Nos identificamos fácilmente con esa imagen que nos refleja desde el espejo o nuestra tarjeta de identidad o pasaporte. Por una parte vemos al cuerpo como si fuese la cabalgadura del cual el “yo” sicológico es dueño y patrón, pero por otra sufrimos o gozamos de acuerdo a la consideración cultural y sicológica que esta montura se pueda merecer. Si los valores promulgados por el medio ambiente cultural al que pertenecemos determinan que, en comparación con el de otros, nuestro cuerpo es mejor (más bello, sano, o joven), derivamos gran placer de esta distinción que también confiere estatus social. Pero si resulta que si es visto como feo, de mala salud, o viejo,nuestra identificación con el cuerpo es una fuente de inagotable frustración y pesar. Aunque tremendamente arbitrarias y superficiales, estas evaluaciones internas y externas de quienes nos sentimos ser corporalmente, tienen un peso enorme en nuestras relaciones con otros. Se dice que establecemos el valor que tiene para nosotros un desconocido, tras solo seis segundos de observación de su apariencia física. Evitamos a toda costa ver cuán similares son todos los cuerpos humanos y cuán profunda y común es su inmersión en el contexto general de la existencia, porque verlo así aniquila buena parte de la importancia que le damos a nuestra identidad personal y desmiente su exclusividad existencial.
Pensamos que nacemos dentro de un cuerpo específico, este cuerpo y no otro, el “mio” y no el “tuyo” y que morimos, al menos físicamente, cuando el carruaje material que nos fue concedido al nacer se rinde finalmente a la ley de la gravedad y se deshace en sus partes constituyentes: líquidos, sólidos y semisólidos; células, moléculas y partículas elementales; energía informe. Como ya dicho, por razones de distinción y defensa personal somos poco propensos a considerar que todos los organismos humanos tienen el mismo origen evolucionario, las mismas características físicas, químicas y fisiológicas, y el mismo ciclo vital. Menos aún nos place meditar sobre lo absurdo que es vernos a nosotros mismos aislados, corporalmente, del resto del contexto planetario y cósmico. Odiamos tomar conciencia plena de que luego de dos minutos sin oxígeno, o unos pocos días carente de alimento, el cuerpo, junto con todos nuestro orgullos, reclamos y proyecciones personales, abruptamente deja de ser, y que visto dentro del contexto general de la existencia, la efímera y provincial presencia del organismo no es mayor cosa. Una visión clara de uno mismo como parte integral del inmenso flujo de la vida destruye las pretensiones personales más arraigadas. Lo que existe propiamente es la vida en su totalidad, indivisible y, por ello, impensable. La vida personal es una invención cultural sin otro fundamento que nuestro terco y miope orgullo por lo que nos consideramos ser, corporal y síquicamente.
Y mentalmente, quienes nos decimos ser? En la imagen tradicional que tenemos de nosotros mismos, el cerebro y la mente suelen tener bastante más significancia y prestigio que el cuerpo, como si el cerebro no fuese, tal como lo son el hígado, el corazón y la vesícula, parte integral de un organismo de emisión común, y como si nuestra función mental no dependiera de este órgano y no fuese un sutil proceso entre los otros muchos que muestra la materia. Aquellos que se suscriben a ciertas creencias religiosas conciben de sí mismos como almas o espíritus y, como tales, partícipes directos en lo que también afirman sobre lo divino, sin tener para ello otro fundamento que su miedo a la muerte personal y el deseo concomitante de escapar de la impermanencia que tanto nos aflige.
En términos muy generales, el pensamiento (incluyendo en este palabra todos los aspecto de la mentalidad humana) es la forma en que la memoria (la acumulación del vestigio dejado por la experiencia animal, transpersonal, cultural y personal y el aprendizaje formal) reacciona en su contacto con el desenvolvimiento de la vida a cada instante. Dicho de otra forma, la mente humana está profundamente y uniformemente condicionada por la huella que ha dejado en ella la experiencia, y este condicionamiento determina cómo pensamos y sentimos, y cómo actuamos. El contenido del condicionamiento mental varía, hasta cierto punto y solo en sus estratos más recientes, entre diferentes culturas, grupos e individuos, pero la programación de la mente humana por la experiencia y la educación es, como tal, un hecho universal y constante. Sin embargo este hecho no le es (aun) aparente a la gran mayoría de seres humanos y por la simple razón de que el eje central sobre el que gira el condicionamiento mental es la convicción de la existencia de un ente independiente, el “yo,” a quien se concibe como libre ejecutor de la función de saber, pensar, sentir imaginar, crear, etc. Es decir, el pensamiento cultural sin el cual “tu” y “yo” somos inimaginables nos ha programado para sentirnos intelectual y emocionalmente independientes, con ciertas limitaciones, quizás, pero esencialmente (o al menos potencialmente), pensadores únicos, libres e inteligentes . El famoso dictum Cartesiano: Cogito Ergo Sum, (Pienso, Por Lo Tanto Existo) es la expresión más conocida de esta creencia, prácticamente universal, de que la mera presencia del pensamiento prueba (y constituye en gran parte) la existencia independiente del pensador. La verdad es,como ya lo hemos visto, que el pensamiento crea al pensador y no al revés, y esto implica que este último es una especie de fantasma sin existencia propia y sin libertad. “Pienso, por lo tanto soy... tan solo lo que pienso, temo y deseo.”
Pero, como se puede aducir que no somos en realidad entes únicos y libre-pensantes, si la inmensa mayoría de seres humanos sienten tan profundamente que lo son? Bueno, examinemos la evidencia que podamos haber pasado por alto. Qué es lo que puede afirmar cualquier persona de sí mismo sin hacer referencia positiva o negativa (y presente, pasada o futura) a alguna otra cosa o persona? Sin acceso a los diversos lenguajes de los que nos valemos --que no son, evidentemente, una creación personal-- puede uno funcionar mentalmente y por lo tanto existir como un ente separado? Aun dentro del reducido ámbito de la experiencia/conocimiento personales, no hay nada que pueda demostrar la existencia de una mente privada y, por ende, relativamente aislada de todas las demás. Porque en lo que se refiere a la soledad, el miedo, la timidez, el amor, el rencor, el cansancio, la sexualidad, la felicidad, el hambre de comida, poder y placer, los celos, la violencia, la ignorancia, el saber, la amistad, o la enemistad, el margen de lo “mío” y lo “tuyo” son ambos mínimos, por cierto nada especial. Quien se desempeña en un rol u ocupación social que sea de su propia creación y en el cual despliegue una creatividad inédita? Quien tiene una vida y una muerte propias y enteramente mejores o peores que las que viven y mueren todos los demás?
Respuestas honestas a estas preguntas y otras similares (fáciles de imaginar una vez que se atiende a las aquí propuestas) hacen claro el que las diferencias mentales entre seres humanos son pocas y epidérmicas, aunque paradójicamente responsables, todas juntas y por la importancia que les damos, por la atomización y el antagonismo de la especie). En una palabra, debajo de cultivadas apariencias y exagerados reclamos todos somos fundamentalmente lo mismo. La psique humana es una, pero esta verdad es tan amenazante a la fantasía de una existencia personal única que hemos creado una realidad social y sicológica en la que todo conspira para mantenernos separados y seguir nutriendo nuestras mezquinas alianzas y tercas agresiones. Para continuar creyéndonos sustancialmente diferentes el uno del otro, cultivamos nuestras memorias privadas y trabajamos arduamente, y frecuentemente nos peleamos, para lograr la realización de ambiciones mundanas y extra-mundanas que son absurdas por ser exclusivas.
Este régimen universal de aislamiento mental crea una realidad dividida y cruenta que se extiende a sí misma en el tiempo y que es por ello incapaz de resolver los problemas fundamentales y crónicos que ha creado: la injusticia, la guerra, la mentira y la auto-decepción, la insensibilidad, el hábito mental y la adicción física, la banalidad, la hipocresía, el amor desmedido al éxito y el poder y el concomitante terror al fracaso, la debilidad y la muerte. Somos muy inteligentes y hábiles en algunas cosas y en ciertos ámbitos y niveles, pero cuando se trata de razonar y actuar juntos con el amor que se merecen la vida y la muerte que compartimos, nuestra estupidez y torpeza no tienen límites. Por pobre que sea su expresión en este ensayo, esta no es una opinión aislada entre otras muchas. No es tampoco una pobre introduccion a otra nueva e igualmente nefasta ideología. Una visión lúcida y completa del estado caótico del mundo actual como producto neto de nuestras malas relaciones y nuestro pobre y angustiado fuero interior le brinda a cualquiera prueba fehaciente de cuán falsa es esta noción de que somos entes únicos y separados, presuntos dueños de un pasado, presente y futuro propios.
El Ser Aislado y Su Devenir en el Tiempo
Por ser falso y prácticamente universal, el aislamiento existencial de la persona genera un estado permanente de inseguridad física y, sobre todo sicológica, que es, a su vez, fuente de todos los esfuerzos que hacemos con la intención de aliviar o eliminar la soledad, el temor y el sufrimiento. Cada “yo” transita por esta realidad divorciada de la verdad, encerrado en un almacén privado de memorias al cual ningún otro tiene acceso completo. Siendo parte integral de estas memorias, el “yo” tampoco tiene acceso completo y, mucho menos, el grado de control que finge tener sobre ellas. Cada constelación personal de memorias reconoce, evalúa y graba cada instante de vida de acuerdo a si misma, y de este registro aditivo nace continuamente la necesidad imperiosa de hacer lo que sea necesario para protegerse y extenderse en el tiempo. La humanidad entera vive en esta burbuja temporal, porque cada uno de sus miembros constituyentes ostenta (tribal y personalmente) el registro mental de un pasado, un presente y un futuro propio. El pasado de lo ya experimentado y aprendido; el presente tal y como lo descifra, juzga y utiliza la memoria en base a lo que ya sabe (funcional y psicológicamente); y el futuro que los placeres y dolores ya gozados y sufridos proyectan mediante el deseo y el temor.
Como ya se ha indicado repetidamente, el condicionamiento mental creada por el registro acumulativo de la experiencia es responsable por la división conflictiva de la especie y por la continuación ininterrumpida de esta misma situación en versiones ligeramente modificadas. Porque estan ambos programados para protegerse y mantenerse a si mismos, el aislamiento esencialmente egoísta de cada persona y la mentalidad provincial y sectaria (ya sea laica o religiosa) de cada uno de sus grupos de referencia, se niegan a ver su activa contribución a todo lo que adolece a la humanidad en todos sus sectores y niveles. Esta voluntariosa ceguera es lo que hace que la realidad de la especie siga siendo, a cada momento, la suma total de todo lo viejo y su voluntariosa proyección al futuro. Todas las memorias y todas las ambiciones y temores que condicionan, culturalmente, a cada grupo y, fisio-sicológicamente, a cada cerebro siguen informando la percepción y limitando el pensar y el sentir de cada uno y, con ello, degradando todas nuestras relaciones.
El pensar dependiente de un entorno cultural específico y centrado en el auto-interés del “yo,” es solo capaz de un pseudo desarrollo mental y social que, logre lo que logre en sus ámbitos particulares, jamas pueden ir más allá de la disfunción implícita en el falso ser y presunto devenir de todo ente cultural y mental. Y es por esto que el problema central de la humanidad --la separación existencial-- sólo se enfrenta verdaderamente cuando la mente se ve a sí misma tal y como y es, incluyendo prominentemente el hecho que nada de lo que puede proyectar al futuro puede aliviar o transcender su separación de otros y su alienación de la vida. Esta finalización del devenir con todas sus obligaciones y estériles esfuerzos, implica la aniquilación de la sedimentación mental de la cual se deriva la idea de una existencia personal única y extensiva en el tiempo. Dicho de otra forma, la presunción existencial y evolutiva del “yo” creado por el régimen mental de una humanidad anclada en el pasado, termina con la percepción directa e instantánea (no mediatizada por el pensamiento y diluida en el tiempo) de su falsedad y el sufrimiento y peligro que esta falsedad encierra.
Que quedaría de “mí” mismo si este colapso del tiempo sicológico fuese a suceder, es un interrogante que este planteamiento suele suscitar. La única respuesta válida que se le puede dar se limita a una afirmación de la permanencia del aspecto impersonal de la memoria, es decir, de la información práctica que el pensamiento utiliza para satisfacer las necesidades fundamentales (la supervivencia) del organismo en relación con otros y la vida en general y que es, por ello, imprescindible. Querer saber algo más que esto es erróneo y contraproducente porque implica una nueva extensión de la falsa existencia del “yo” y su eterno apetito por nuevas formas de seguridad y estatus social y/o religioso (de la cuales tiene ya memoria).
La mente plenamente alerta a que nada de lo que la memoria alberga o puede imaginar puede acercarse a lo que yace más allá del “yo,” se limita a explorar los factores constituyentes de “lo que es,” lo que está actualmente sucediendo. En otras palabras, el interrogante existencial no es referido a lo que “uno” puede alcanzar si hace esto o aquello, sino más bien a los factores mentales que imposibilitan un cambio verdaderamente significativo en la mente humana, es decir, un cambio que termine con su crónica y sufriente condición. No se trata, pues, de agregarle nada más a gran pila de ideas y proyectos ya bien establecidos en la memoria con fin de seguir pensando sobre como escapar de nuestra difícil situación actual. Se trata, más bien, de observar directa, independiente, y cuidadosamente --es decir sin permitir la intromisión de ningún prejuicio o proyección preestablecidos-- cual es el estado real de la humanidad, cúal es el contenido actual de la conciencia personal y como y con qué motivación opera este en el pensamiento y el sentimiento. La misma intensidad y lucidez de esta observación indica la presencia de una mente enteramente diferente.
El cambio radical que la humanidad precisa estriba precisamente en cómo concebimos de nosotros mismos y en cómo vemos y tratamos las consecuencias particulares y generales de esta modalidad existencial. Tradicionalmente, la validez y continuidad del “yo” no son cuestionadas hasta alcanzar las últimas consecuencias. Por más triste y destructiva que pueda ser, la realidad mental del individuo y su sociedad es, por lo general, sólo vista como una etapa histórica de un proceso permanente de desarrollo personal y cultural. El romper con esta idea de lo que es ser humano --núcleo del condicionamiento de la conciencia por la experiencia cultural e individual-- implica una visión implacable de lo falso y dañino de la presunción de una existencia aislada de todo lo demás, y del impacto desastroso que esta falsa creencia jamás a dejado de tener en la realidad mental y social (y ahora también ecológica) de la humanidad. Y esta visión implica, a su vez, la explosión de la burbuja temporal en la cual se da y transcurre la fantasía de la separación existencial del “yo.”
Dejando de Lado lo Conocido y lo Por Conocer -- Un Tránsito Abrupto a lo Incognoscible
Para terminar, veamos todo este planteamiento en términos más específicos, asumiendo en esto que el buen lector está ya abundantemente alerta a la insuficiencia de lo teórico y, por ello, dispuesto a ganar acceso directo a la realidad mental actual (no conceptual) que determina su sentido de ser, su percepción, su pensamiento y conducta). Si nos es evidente que la constitución y operación de toda mente personal está basada en la experiencia evolucionaria de la especie y en la identificación exclusiva con parámetros culturales, características físicas y experiencias sicológicas específicas, nos debe ser también claro que las diferencias entre nosotros son insustanciales y que no se puede hacer ninguna distinción relevante entre el “yo” como centro de la conciencia y lo que este considera como su periferia. Como ya lo hemos visto, lo que existe en verdad no es el “yo” sino un sistema general de colección y procesamiento de memorias, miedos y deseos, y para sostenerse a sí mismo indefinidamente, este sistema se vale de la fantasía de entes culturales y sicológicos únicos, separados y en proceso de desarrollo.
Una visión clara, completa y sicológicamente atemporal del desorden permanente de la humanidad y del carácter de la aislada y sufriente conciencia personal donde este se enraiza es, en sí misma, el cambio radical que se precisa. No se trata, pues, de una mera tráns-formación de la conciencia, es decir, de crear una instancia más del habitual e inútil tránsito de una forma de pensar y sentir a otra relativamente similar, sino de romper totalmente con el rígido y segmentado molde conceptual que la acumulación y proyección exclusiva de la experiencia ha embutido en la mente. No un mero cambio, entonces, sino una verdadera mutación fisiológica y mental que afecta no solo al individuo, sino a la especie en su totalidad.
Cual es el gran tesoro personal que defendemos con tanto esfuerzo y, frecuentemente, con tanta ansiedad, agresión, frustración y dolor? Porque nos seguimos identificando tan ciegamente con las características sicológicas y los roles asignados por la cultura al género sexual, la raza y la apariencia física general con los que el organismo ha nacido, si esto encierra tanto conflicto y dolor? Y cuales son las ventajas reales de una terca y exclusiva identificación con los parámetros ideológicos y conductuales establecidos por una cierta afiliación religiosa o política, una clase social y económica determinada, un cierto tipo y nivel de educación, una nacionalidad, y una especialización ocupacional o profesional dada? Para quien quiera mirarlo todo de la forma más profunda posible, se hace pronto evidente que la limitadísima experiencia, esencialmente de miedo, placer y dolor, que se ha almacenado en el cerebro informa la percepción y reduce la sensibilidad, la inteligencia y la capacidad afectiva del organismo. Es este efecto tóxico del predominio del recuerdo en la mente la verdadera “naturaleza” del ser humano, y por lo tanto una condición inexpugnable, o solo una situación en la que la especie cayo inadvertidamente al encapsularse hace cientos de miles de años en versiones diferentes y antagónicas de un mismo condicionamiento mental?
Cual seria la presencia humana si estuviese librada de las presiones, limitaciones, y brutales obligaciones impuestas por el atrincheramiento sectario y el aislamiento propiamente sicológico con su desmedido hambre por certidumbre mental y distinción social? Como seria el mundo si los seres humanos no estuviesen mas tan tenazmente identificados con asociaciones particulares y sus concomitantes y destructivas disociaciones?
Vale repetir por última vez que una cierta diferenciación funcional debe seguir existiendo para poder satisfacer las necesidades fundamentales de cualquier población y de la especie en general. Pero esta necesaria especialización práctica que se basa en un tipo de conocimiento que es esencialmente impersonal, no justifica de ninguna manera el que sigamos peleando entre nosotros para lograr y mantener una innecesaria distinción individual y una posición social especial, superior a la de otros siempre que sea posible. El aislamiento personal y la indiferencia mezclada con hostilidad en las que, por lo general vivimos, son responsables por el interminable sufrimiento de la humanidad. Y viene bien despertar al hecho de que las múltiples y consecutivas revoluciones y reformas (seculares y religiosas) en las que participamos, lejos de superar, mantienen la división y la desigualdad y, con ellas la explotación permanente de nuestros semejantes y otras formas de violencia.
Porque el pensamiento centrado en la tribu y el “yo” es incapaz de mejorar o trascenderse a sí mismo, sólo cabe dejar que la sinrazón centrada en el “yo” se disuelve en una visión cada vez más clara de la dolorosa realidad mental y social que esta mantiene. Dejemos pues de ignorar el círculo vicioso en el que esta pobre humanidad en permanente estado de desintegración, y éste aislado y torpe “yo” que nos es común a todos, se crean mutuamente. La mente humana no puede seguir actuando en función de las ideas e imágenes fijas y contradictorias que representan al pasado, presente y futuro de una memoria tribal y personal aislada y, por ello, indiferente o abiertamente hostil a otras. No tenemos, pues, otra alternativa cuerda que la de acogerlo todo sin identificación alguna para así poder actuar de acuerdo a lo que realmente está sucediendo a cada momento. El único portal abierto a la libertad, la inteligencia, la verdad y el amor en un espacio mental que, simplemente por no ser nada en sí mismo, es inseparable del flujo total de la vida .
Por lo general, la lógica tradicional rechaza automáticamente el mero anuncio de una modalidad de ser que no esté relacionada a lo que cualquiera de sus innumerables manifestaciones puedan saber de sí misma y, especialmente, a lo que pueda pensar sobre su potencial futuro en términos de experiencia, aprendizaje, imaginación y logro. Como no rechazar inmediatamente algo que amenaza lo que consideramos ser nosotros mismos, es decir, el reducto mental desde el cual el pensamiento sectario y personal trabaja y lucha en pos de su seguridad y realización propias.
El hecho de que la exclusividad de las proyecciones sectarias y personales hacen imposible el logro de la gran mayoría de ellas, suele no ser tomado en consideración cuando la posibilidad de una forma enteramente distinta de ser es sugerida. Aun si se logra entrever la posibilidad de que una existencia más allá del absurdamente distinguido aislamiento al que nos hemos acostumbrado lleve a una modalidad de ser superior, el hecho de que la naturaleza específica de semejante posibilidad no le es intelegible al “yo,” lleva rápidamente a su rechazo. Pero si se le presta atención total a esta mecánica resistencia del condicionamiento mental del que sufrimos, florece nuevamente la pregunta de que como seria la vida si la mente fuese a liberarse de la fantasía de una identidad única a la que nos hemos habituado al punto de no poder concebir de la existencia sin ella? Porque seguir dejando que las taras y miopías del nacionalismo, el sexismo, el racismo, el etnocentrismo, el clasismo y el sectarismo político y religioso sigan determinando quiénes somos y cómo actuamos? Porque continuar luchando interminable e infructuosamente por llegar a ser eventualmente alguien, alguien plenamente realizado y por ello finalmente digno de ser feliz en esta vida o alguna otra inventada con ese propósito?
La cada vez más intolerable realidad mental, social y ecológica en la que vivimos nace de la decisión hecha , a cada momento, de no ver que seguimos haciendo y no haciendo lo que determina el rígido condicionamiento de la experiencia y codicia propias. Nadie es capaz de revertir esta tendencia tan profundamente arraigada fisiológica y mentalmente, solo la vida es capaz de hacerlo, pero lo hace tan solo si, cueste lo que cueste, le abrimos los ojos a quienes somos sin las habituales fugas forzadas a un pasado mejor o a idealizaciones futuras de ese mismo pasado.