Spring is quickly yielding to Summer in these Northern latitudes, so it is high time to share some of the photographic images I captured of this joyful part of the year, clearly influenced by the terrors of the pandemicunfolding simultaneously.
Living in a semi-rural area with low population density afforded me the privilege of occasionally leaving the house without incurring serious risk of infection. Most importantly, being able to walk and look around with a camera at the ready helped relieve some of the sorrow and angst I was feeling about the drama unfolding around the world and particularly in New York City, only six hours away from where I live.
This post will be the first of two under the same title, and it will feature images taken at home, in and around the village of Trumansburg where Kim and I reside, at nearby Cayuga lake, and at the town of Ithaca, eight miles away. The second post will gather images made during the same period at Taughannock creek and one of its tiny tributaries.
All my life, I have been transfixed by the ever twisting amalgam of wondrous natural beauty and self-inflicted disorder and violence that is human life. During the last few decades, the wonder and constant psycho-somatic sting of this paradox have grown in intensity. It is now evident to me (as it must be to many others) that the endemic alienation, fragmentation, conflict, and general disorder of our species is not only putting at risk the well-being of billions of its integrants, but its very survival.
The COVID-19 plague is only the latest sign of the cumulative and deeply interrelated social, economic, political, military, epidemiological, demographic, and ecological consequences of many centuries of personal and collective arrogance, greed, and willful stupidity. To double down on the separative and otherwise wrongheaded thought patterns, traditions, and ideologies that have led us to the all-encompassing mess we are in, cannot possibly be the way to the unity and caring rationality that are so urgently necessary. Thus, a full realization of our brutal transgression of the natural order is, in itself, a radical revolution of consciousness that by freeing the mind from its tribal and egocentric strictures eases it back into its natural source: the indivisible and therefore fundamentally unthinkable stream of life.
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La primavera está cediendo rápidamente al verano en estas latitudes del Norte, lo cual me hace compartir hoy día algunas de las imágenes fotográficas que capturé durante esta parte beatifica del año, aunque claramente influenciadas por los terrores de la pandemia que se desarrollaba simultáneamente.
Vivir en un área semirrural con baja densidad poblacional me dio el privilegio de salir ocasionalmente de la casa sin incurrir en un riesgo grave de infección. Más importante aun, el poder caminar con una cámara al hombro me ayudó a aliviar en algo la tristeza y la angustia que me suscitaba el drama que se venía desarrollando en buena parte del mundo y, mas cercanamente, en la ciudad de Nueva York a solo seis horas de donde vivo.
Esta publicación es la primera de dos bajo el mismo título, y presentará imágenes tomadas en casa, en y alrededor del pueblo de Trumansburg donde Kim y yo resido, en el cercano lago Cayuga y en la ciudad de Ítaca, a ocho millas de distancia. La segunda publicación reunirá imágenes hechas durante el mismo período en el arroyo Taughannock y uno de sus mas péquenos afluentes.
Toda mi vida, me ha fascinado la amalgama en el que se retuerce el orden y la belleza del mundo natural con el desorden y la violencia evidente en las vidas y relaciones humanas. Durante las últimas décadas, el constante mordisqueó psicosomático de esta paradoja se me ha hecho más frecuente e intenso. Hoy en día, me es evidente (como lo debe ser a muchos otros) que la alienación, la fragmentación, el conflicto y el desorden endémicos de nuestra especie están poniendo en riesgo, no solo el bienestar de billones de sus integrantes, sino su misma supervivencia.
La irrupción de la plaga del COVID-19 y nuestras dificultades en contrarestarla es solo la última indicación de siglos y siglos de arrogancia, avaricia y estupidez. Sufrimos de una especie de enfermedad mental colectiva que viene produciendo situaciones sociales, económicas, políticas, militares, demograficas, epidemiológicas y ecológicas cada vez más interrelacionadas y difíciles de resolver. El continuar con los mismos patrones de pensamiento egoísta, y las mismas tradiciones e ideologías separatistas que nos han llevado al desorden general en el que nos encontramos en estos días, no puede ser la forma de llegar al orden y la verdad. El tomar consciencia cabal de la inutilidad de la experiencia pasada ̶la brutal trasgresión del orden natural que siempre ha determinado quienes somos y como actuamos ̶ hace absolutamente necesaria una revolución radical de la conciencia individual. Una vez libre de malignas o simplemente innecesarias raices tribales y personales, la mente humana retorna al flujo de la vida, su fuente natural que por ser indivisible y actual yace más allá del alcance del pensamiento.