Antes que nada, mi agradecimiento a mis buenos amigos, Alvaro La Rosa Talleri, en Jerez de la Frontera, Espana, por sugerir la traduccion de algunos de mis ensayos, y a Felipe Navarro Llosa, en Lima, Peru por la gentileza de revisar mi propia traduccion del texto publicado en Ingles el dia 28 de este mismo mes. Mi uso del Castellano se encuentra un tanto oxidado luego de vivir tanto tiempo en los EE.UU. de N.A.
La serie de imágenes que se muestran más adelante, fueron hechas hace solo unos días en y alrededor a un arroyo que tiendo a visitar cuando siento necesidad de la paz y la profunda seriedad que la gran mayoría de circunstancias sociales parecen negar. En estas norteñas latitudes (el estado de Nueva York) el invierno esta final y misericordiosamente retrocediendo y ese día el sol nos había dado la insólita sorpresa de su presencia, que fue todo lo que yo necesitaba para, por fin, sacar mi bicicleta del sótano, cargar mi mochila con lo esencial (agua, un trípode, y una cámara con mi lente favorito) y enrumbar hacia mi fluida querencia.
Me encuentro cautelosamente esperanzado de que la emergencia global que estamos experimentando con la aparición del letal COVID-19 resulte ser la alarma que despierte a un número critico de nosotros a la inmensamente mayor crisis que está afectando a la humanidad en su totalidad.
Todas nuestras formas de organización, tanto religiosas como seculares están fallando porque el problema de raíz al que se enfrenta la especie no es uno de estructura social, si no de conciencia. El tribalismo y el ensimismamiento que cada uno de nosotros encarna han creado, en nuestro propio día, un estado mental general que se refleja en una sociedad global incapaz de lidiar con los múltiples e interconectados problemas que son de su propia creación.
Antes de mostrarte las fotografías, por favor permíteme los pocos párrafos más que necesito para darles un contexto adecuado.
Las naciones, instituciones, grupos, e individuos que compiten entre si y frecuentemente viven en amarga oposición, han estado cambiando y desarrollándose a si mismos durante miles y miles de años. Sin embargo, durante todo este tiempo se han mantenido constitucionalmente incapaces de trascenderse a si mismos con el fin de lograr la integración de la especie. Por haberse dedicado tan intensamente a su propia protección y prolongación en el tiempo, las exclusivas formas culturales y psicológicas que constituyen la humanidad son incapaces de eliminar la injusticia, el conflicto y el sufrimiento crónico del cual son directa o indirectamente responsables.
Aún si estamos en cierta medida conscientes de cuan difícil y peligrosa es la situación actual, solemos evitar cuidadosamente el adentrarnos hasta donde están sus raíces, por estar estas tan profunda y firmemente plantadas en nosotros mismos, y tambien por odiar, como odiamos, el ser tan íntimamente perturbados. Y es así como seguimos impertérritos, creando y aplicando remedios insuficientes o hasta contraindicados a nuestros múltiples males personales y más inmediatamente sociales, a pesar de que esto es lo que siempre hemos hecho tan infructuosamente y lo que nos ha traído a la manifestación presente de la misma separación mental que es la enfermedad crónica de la que adolecemos todos.
Nuestro aislamiento tribal y personal crea el mundo fragmentado y conflictuado el que vivimos todos y que nos sufre a cada uno. Somos la persistencia de la codicia con la que estamos aparentemente resueltos a terminar con el equilibrio de la Biosfera. Somos el peligro permanente de horribles sistemas bélicos, termonucleares y “convencionales,” en los que, estúpidamente, confiamos la protección de nuestra existencia y nuestro nivel de consumo a cualquiera que sea el costo que puedan pagar otros y el milagro mismo de la vida en el planeta.
Somos las ideologías y tradiciones, tanto religiosas como seculares, de las cuales derivamos una parte tan grande de nuestro sentido de ser, sin que nos importe mucho que la identidad cultural y personal sea lo que mantiene a la humanidad dividida y, por ende, en un permanente estado de inseguridad y animosidad que aun consideramos normal. Somos, sin duda, las variables demográficas, epidemiológicas y climáticas que no atinamos a controlar. Y somos, también, victimas y vectores de las aflicciones creadas por nuestras propias convicciones provincianas, clasistas, sexistas, sectarias y partisanas.
En pocas palabras, no somos tan únicos, autónomos, e inocentes como nos gusta pensar que somos, y estamos en gran peligro, todos juntos. A no ser que nuestra siempre limitada experiencia deje de determinar la forma tan divisiva en la que pensamos, sentimos y actuamos, nada de significado real habrá cambiado y la especie continuará en su actual trayectoria suicida.
Fuera de la esfera creada por el pensamiento, no hay nada que exista separadamente o que, como hacemos nosotros, lo finja. El sentido atomizado que tenemos de la vida viene de mirarla exclusivamente a través de la aberrante óptica del pensamiento, siempre limitado y lleno de prejuicio. Claro está, el conocimiento y su proyección mas servicial nos son esenciales, pero se hacen enormemente dañinos cuando se convierten en un falso reclamo a una existencia única y separada que cruelmente nos distancia de la mayoría de otros y que nos aliena conjuntamente de la totalidad de la existencia.
Esto nos lleva de regreso a las imágenes prometidas de las cuales el buen lector quizás ya se habra olvidado, o sobre las cuales se está preguntando que relación podrían tener con semejante texto, y a eso vamos.
Me interesa adentrarme en el páramo de la realidad manifiesta que no es fruto del pensamiento porque allí prácticamente no existo. A nada de lo que se encuentra dentro y alrededor del arroyo solitario le importa quién soy, o cuan distinguida o raída, alta o baja, pueda ser mi posición social y económica. El torrente primaveral de agua y sus solemnes lecho y flancos de piedra no son audiencia para ninguna tonta historia de pedigrí tribal. No le interesan para nada la rancia colección de conocimientos y, menos aun, la soberana importancia que se le suele dar a la imagen idealizada de un “yo” disfrutando en el futuro de inmejorables condiciones mentales, sociales y materiales.
Una profunda inmersión en la unitaria, y por lo tanto impensable corriente de vida y muerte - tanto manifiesta como no manifiesta - borra de la mente la falsa presencia de un ser personal que se imagina a si mismo existiendo aislado de la vida entera. Frente a ojos inocentes, que no saben nada y que, por lo tanto están tremendamente atentos, el arroyo se muestra en plena desnudez. No hay adentro y afuera, ni ningún recuerdo o proyección; es decir no más yo, o tu, o ello. No hay tampoco ningún sentido del tiempo privado que se remonta del recuerdo del pasado y que fluye a través de un presente predefinido e instrumentalizado para alcanzar un futuro del cual el miedo y el deseo ya se han labrado una imagen; una imagen que se quiere evitar y lograr en similar medida. Transitamos dentro de la eterna contradicción de la alienación existencial.
Solo hay este instante (¡clic!) que muere para dar a luz al siguiente que se revela tan igualmente misterioso que el pensamiento, que siempre es viejo, ni siquiera intenta reducirlo a si mismo.
Ojalá el ver estas imágenes (que no son más que pobres representaciones de lo que esta para siempre mas allá de la representación) provoquen en ti el interés por encontrar, por ti mismo y donde sea que estés, una similar disolución de tu propio sentido de separación. La vida es una y sagrada.